Señor mío y Dios mío
Dios de la salvación renovada de generación en generación, resucita en nosotros todo lo que es muerte y lejanía de ti, danos vida y actitudes de resucitados contigo y haznos testigos de tu reino
entre los hombres, por el amor, la justicia y la paz.
Pon sabiduría, Señor, en nuestro lenguaje, pon ternura en nuestra mirada, pon misericordia en nuestra mente que hace juicios, pon entrega y calor en nuestras manos, pon escucha en nuestros oídos para el clamor de los hermanos, pon fuego en nuestro corazón para que no se acostumbre a sus carencias
y a su dolor.
Quédate con nosotros, haznos gustar el pan del evangelio, deja que en el camino, mientras vas con nosotros, se nos cambie la vida... Y envíanos de nuevo, audaces y gozosos, para decir al mundo que vives y que reinas, que quieres que el amor solucione las cosas, y cuentas con nosotros.
Y que Tú vas delante, como norte y apoyo, como meta y camino, hasta el fin de los días.
MEDITACION
¿Cómo resucitaremos con Cristo?
¿Cómo resucitaremos con Cristo?
"¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo volverán a la vida?
¡Insensato! Lo que tu siembras no germina si antes no muere.
Y lo que siembras no es la planta entera que ha de nacer, sino un simple grano de trigo ( por ejemplo) o de alguna otra semilla. Y Dios proporciona a cada semilla el cuerpo que le parece conveniente..." (/1Co/15/35-39)
En este insinuante párrafo tomado de la carta de san Pablo a los Corintios, escrito con sutil agudeza, volvemos a encontrar varios puntos de reflexión íntima, de meditación, de acción de gracias a Dios y de invitación a la confianza de que tan llena debe estar nuestra fe.
Tres de ellos podríamos enunciarlos en forma interrogativa y con suma humildad : ¿puedo yo "entender" racionalmente cómo será nuestra resurrección? , ¿no me bastaría con ilustrar mediante figuras, imágenes y lenguaje metafórico?, ¿no forma parte del "misterio" el modo mismo de nuestra resurrección?
Detengámonos un momento en cada apartado, sin albergar demasiadas pretensiones, pues la realidad nos desborda, dejándonos iluminar por el Señor.
1. Señor, ¿volveré a la vida con este frágil cuerpo?
No quisiera ser incluido en el número de los insensatos a que alude san Pablo en su carta, mas desearía abrir ante ti, Dios mío, mi mente y mi corazón. Sé muy bien, porque creo, que Cristo ha resucitado y que nosotros resucitaremos con él. ¡Sublime verdad de fe que responde perfectamente a nuestra vocación de eternidad y la satisface. Por la resurrección viviremos una eternidad de criaturas e hijos de Dios que cantan su gloria y son felices en su regazo.
Pero todos los discursos sobre el tema, incluido el de Pablo, aunque sean hermosos, me resultan muy difíciles de digerir racionalmente. Sólo después de creer en el misterio, misterio de verdad y de amor, la dificultad se endulza con la belleza.
- Mis lecturas me han hecho conocer, Señor, que en todos los pueblos y culturas el ser humano (por obra y gracia de la conciencia pensante que le diste, de la conciencia que interroga a las cosas y que quiere conocer el modo de ser de las mismas), se disparó el anhelo, la exigencia de pervivir personalmente más allá de los 60, 80, 100 años de su paso por la tierra. Tú fuiste quien le dio un alma inquieta, buscadora de verdades, descubridora de horizontes, y por ella le diferenciaste de otros seres inferiores. El hambre y sed de vida eterna se lo infundiste Tú. Gracias por tu bondad creadora. ¿Te complacerá, pues, que dediquemos la inteligencia a pergeñar nuestro eterno futuro...?
- Pero también he visto, Señor, que esos mismos pueblos y culturas han chocado siempre de forma impetuosa con el "misterio" del más allá. Y en ese violento choque, unas veces por ansia excesiva y búsqueda de luz racional, y otras veces por depresión ante su ausencia, han sufrido el flagelo de tentaciones de abandono, es decir, de alejamiento de ti.
Fue muy dura su tentación desmedida cuando ésta les incitó a que quemaran sus naves, sus energías mentales, buscando alguna experiencia y descripción razonable del "misterioso del más allá para esta vida corporal nuestra", como si de una investigación de laboratorio se tratara; y en vez de quemar las naves se quemaron ellos mismos en el empeño. Algunos, haciendo hipótesis, dijeron que al final de sus días, la mente, las energías espirituales, su espíritu humano... quedaría inmerso en el conjunto de las energías del universo, y otros pensaron quedarán como flotando en el aire revoloteando por el entorno familiar en que vivieron ...
Y fue también muy dura la tentación de contrariar a la naturaleza humana pensante y libre, cuando, decepcionados por el anterior esfuerzo mental, prefirieron contentarse con las apariencias sensibles y cortaron las alas al pensamiento audaz. El hombre, se dijeron, comete grave error obsesionándose con el más allá. El más allá o no existe o no se nos alcanza, y vale más estimar que somos barro, no más que barro bien organizado que, a pesar de su perfección vital, al cabo de los días volverá a fundirse con el polvo de donde salimos.
¡Qué tragedia, Señor! Cerrado el horizonte de luz, pues faltabas Tú, con tu luz, calmaron su ánimo con la reducción a la ceniza o minerales de que se compone nuestro cuerpo... Les faltó tu fe, el don que Tú haces a los hijos...
2. Se siembra un cuerpo mortal y brota otro inmortal.
Gracias te doy, Señor, porque en nuestra cultura bíblica y cristiana no nos identificamos con ninguna de esas hipótesis que reducen o anulan nuestra personalidad viviente. Es verdad que nosotros, como los demás hombres, nos sentimos carne, huesos, polvo y hierro.., y que esa dimensión física de nuestro ser volverá a la madre tierra o al agua de un río, o se dispersará con el aire en las montañas. Pero es verdad también que otra dimensión de nuestra persona (aquella que poblaba de sentimientos, libertad, horizontes, arte, gracia y solidaridad... los espacios de nuestro cuerpo físico) no se dispersará con los vientos, ni será arrastrada por las aguas, ni se dejará absorber por la tierra. Esa unidad de conciencia pensante, responsable, libre, simbolizadora y creadora, pervivirá ante ti, Dios mío, en su condición de persona.
Mas cuando lo digo, Señor, soy muy consciente de que nosotros, cristianos, aunque iluminados por la fe, tampoco sabemos cómo acontecerá esa realidad sublime, vital . Tú no nos la has revelado; Cristo no nos lo explicó; y nuestra inteligencia es incapaz de abarcarlo.
Tú sólo nos dijiste que todos y cada uno de los hombres continuaremos siendo personas ante ti, Dios personal que nos creaste, nos redimiste y nos esperas. Y no sabemos más, ni entendemos más.
Leyendo a san Pablo nos damos cuenta de que solamente en imágenes vivas, en metáforas, cabe hablar racionalmente del misterio de más allá, sugiriendo simplemente que las maravillas de la vida nos preparan para vislumbrar los prodigios de que es capaz el poder y amor divino.
Nosotros, seres corpóreos, conscientes, libres, somos (en un momento) algo parecido a la semilla preñada de vida que arroja el sembrador en el surco. ¿No hemos visto cómo la semilla de trigo, naranja, roble o azahar...., aparentemente inerte, en el misterioso decurso de su expansión vital explosiona en tallo, flor, aroma, espiga..? Pues algo parecido (en plano muchísimo más elevado) acontecerá a nuestro cuerpo sensible, afectivo, pensante. Muerto y corrompido, como la semilla, se transfigurará nuevamente ser personal, en un ser nuevo, espiritual, celestial, como dejando las escamas, la piel el torso corpóreo mortal, y emergiendo en figura de ser inmortal...
3. Dios da forma y gracia a cada semilla
Me quedo, señor, con las metáforas vivas. Mi vida en el más allá será la mía, pero transformada: desde la figura repelente de oruga en multicolor mariposa; desde el esqueje espinoso en deliciosa flor; desde el grano corrupto en dorada espiga; desde el mero cuerpo sensible y dolorido en espíritu que ama, adora, canta y ríe de felicidad....
Señor, ¿cómo será definitivamente la forma que revestiremos cada uno ante ti, desde nuestra singularidad personal creada, amada, redimida, sepultada con Cristo y resucitada con él para la gloria?
Déjame, Señor, ser flor, violeta, rosa, jazmín... que inunde el cielo de suave aroma. Eso me basta. Tú me lo darás, sin que mi debilidad acierte a comprender cómo es tu amor todopoderoso.
Señor, aquí estoy delante de ti. Ayúdame a tomar conciencia viva de que tú estás conmigo siempre. Esté donde esté, tu presencia amorosa me envuelve. Dame tu gracia para que este rato de oración me sea provechoso. Que vea claro qué quieres de mí. Dame un corazón nuevo, que me guíe por tus caminos de amor. Me pongo en tus manos, Señor. Soy todo tuyo. Haz de mí lo que tú quieras. Amén.