QpXws0AW2PncG1OIWXWCw88C4MqrDXKh_iW8d8E2LM9yP7t00mLYml8kao2T4FXQAtnOp89XqXM235RUFoMpCCJZtteAk6WOqs/s305/especial%20de%20cuaresma%20y%20semana%20santa.jpg" style="cursor: pointer; height: 87px; width: 70px;" / />

Meditaciones de Pascua

Que es la Pascua? - ACI Prensa

La Pascua

  • El domingo de Pascua es el día en que incluso la iglesia más pobre se reviste de sus mejores ornamentos y se embellece con las flores mas hermosas, el día en que se reúne ante la sagrada Mesa mayor número de fieles, y en el cual, aun en las parroquias de mas débil cristiandad, la comunidad cristiana se entrega al
    gozo mas ostensible.
  • El órgano con sus melodías inimitables, o el modesto armonio, acompañan los cantos que se elevan a la gloria de Jesús resucitado. Los que han olvidado las palabras de los viejos cánticos, las vuelven a recordar.
  • Pascua es la cima del año litúrgico. Es el aniversario del triunfo de Cristo. Es la feliz conclusión del drama de la Pasión la alegría inmensa que sigue al dolor. Pero dolor y gozo se funden pues se refieren en la historia, al acontecimiento más importante de la humanidad: el rescate por el Hijo de Dios del pecado original.
  • San Pablo: " Aquel que ha resucitado a Jesucristo devolverá asimismo la vida a nuestros cuerpos mortales.
  • No se puede comprender ni explicar la grandeza de las Pascuas cristianas sin evocar la Pascua Judía, que Israel festejaba, y que los judíos festejan todavía, como lo festejaron los hebreos hace tres mil años, la víspera de su partida de Egipto, por orden de Moisés.
  • El mismo Jesús celebró la Pascua todos los años durante su vida terrena, según el ritual en vigor entre el pueblo de Dios, hasta el último año de su vida, en cuya Pascua tuvo efecto la cena y la institución de la Eucaristía.
  • Cristo al celebrar la Pascua en la Cena, dio a la conmemoración tradicional de la liberación del pueblo judío un sentido nuevo y mucho más amplio. No es a un pueblo, una nación aislada a quien Él libera sino al mundo entero, al que prepara para el Reino de los Cielos.
  • Las pascuas cristianas celebran la protección que Cristo no ha cesado ni cesará de dispensar a la Iglesia hasta que Él abra las puertas de la Jerusalén celestial.
  • La fiesta de Pascua es, ante todo la representación del acontecimiento clave de la humanidad, la resurrección de Jesús después de su muerte consentida por Él para el rescate y la rehabilitación del hombre caído.
  • Este acontecimiento es un hecho histórico innegable. Además de que todos los evangelistas lo han referido, San Pablo lo confirma como el historiador que se apoya, no solamente en pruebas , sino en testimonios.
  • El mensaje redentor de la Pascua no es otra cosa que la purificación total del hombre, la liberación de sus egoísmos, de su sensualidad, de sus complejos; purificación que , aunque implica una fase de limpieza y saneamiento interior, sin embargo se realiza de manera positiva con dones de plenitud, como es la iluminación del Espíritu , la vitalización del ser por una vida nueva, que desborda gozo y paz - suma de todos los bienes mesiánicos -, en una palabra, la presencia del Señor resucitado. San Pablo lo expresó con incontenible emoción en este texto : "Si habéis resucitado con Cristo vuestra vida, entonces os manifestaréis gloriosos con Él".(Colos. 3 1-4)
Al acercarse la Pascua, es importante el conocer como se fija esta fecha. Si te has fijado, cada año ésta cambia. Eso se debe a que está fijada sobre la base del calendario lunar, que era la manera como los judíos (y en general todos los pueblos agrícolas en el pasado) regían su tiempo. Los judíos celebraban la Pascua, es decir la salida de Egipto, el día 14 del primer mes (Num 28,16) llamado de Nisán (también llamado de Abib Dt 16,1), el cual es la primer luna llena después del equinoccio de primavera (el equinoccio de primavera ocurre el 2I de marzo). La Escritura nos dice que Jesús celebró la "Pascua" con sus discípulos antes de su pasión (Mt 26,12).
Autor:
Padre Ernesto María Caro Osorio

Anunciar la Pascua

La Cruz. La esperanza había quedado sepultada. Los discípulos huyeron (todos menos Juan). La tumba engullía el cuerpo del Maestro, mientras unas mujeres lloraban, sin comprender el porqué de aquel misterio.

Los milagros, las parábolas, los discursos, el entusiasmo de la gente. Mil recuerdos pasaban por la mente de los primeros discípulos. ¿Había sido un sueño? ¿Vivieron una ilusión vana? ¿Un engaño, un fracaso, un sinsentido?
Al tercer día, el domingo, brilló la esperanza. Son mujeres las primeras que dan el anuncio, que transmiten la noticia. Luego, el mismo Jesús, crucificado victorioso, confirma la fe de los hermanos.

Nace la Iglesia. Quienes habían sucumbido al miedo, a la angustia, a la desesperanza, escuchan con una alegría profunda, completa, palabras de consuelo: “Paz... No tengáis miedo”.

Han pasado muchos siglos. La tumba vacía es un testigo mudo de que la muerte fue vencida. La aparente derrota del Maestro se ha convertido en bandera salvadora. Los sucesores de Pedro, de Santiago, de Juan, de Pablo, han llevado, llevan y llevarán, el mensaje hasta el último rincón de la tierra, hasta el corazón que viva angustiado, triste, lejos de la dulzura de Dios.

Obispos y sacerdotes, religiosos y religiosas, misioneros laicos, hombres y mujeres de todas las edades, serán anunciadores, serán testigos de Cristo resucitado.

No hemos de tener miedo. Nos lo repite, una vez más, Juan Pablo II, en la carta “El rápido desarrollo” (24 de enero de 2005):
¡No tengáis miedo de la oposición del mundo! Jesús nos ha asegurado «Yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). ¡No tengáis miedo de vuestra debilidad y de vuestra incapacidad! El divino Maestro ha dicho: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Comunicad el mensaje de esperanza, de gracia y de amor de Cristo, manteniendo siempre viva, en este mundo que pasa, la perspectiva eterna del cielo, perspectiva que ningún medio de comunicación podrá alcanzar directamente: «Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman» (1Cor 2,9)”.

Todos podemos ser comunicadores, todos podemos dar testimonio del mensaje. Sin miedo, porque Jesús sigue aquí, a nuestro lado. Con alegría, porque el Padre nos ofrece, siempre, sin límites de tiempo, su misericordia. En la valentía que nos da el Espíritu Santo, que es Consolador, que nos defiende, que nos vivifica.

Así podremos compartir un tesoro que no es nuestro, que es para todos. Un tesoro que alguien, quizá muy cerca de mí, necesita conocer para dejar dudas y tristezas, para descubrir que el Padre nos ha amado, que nos lo ha dicho todo en Jesús, su Hijo amado.
Autor:

Padre Fernando Pascual, L.C.

¡Resucito!

Sin duda alguna, ésta sería la palabra que podría ocupar los titulares de los periódicos de Palestina hace veinte siglos. Aquel Jesús que se había hecho famoso en los territorios de Galilea, Judea, Samaria, y Decápolis provocando tantos dolores de cabeza a las autoridades civiles y religiosas del pueblo judío, y al que por fin, habían conseguido eliminar clavándolo en una cruz con el consentimiento de los romanos, bajo la presión de un pueblo enfurecido... ese galileo, artesano, había resucitado.

Con agudeza, y pluma ágil, comenta José Luis Martín Descalzo en su libro Razones para el amor: “Yo he meditado muchas veces sobre un pequeño dato de los Evangelios que siempre me desconcierta: aquel en el que se cuenta que, cuando Cristo murió, los soldados que lo había crucificado se sortean su túnica. ¿Se la sortearon? ¿Con qué?

Probablemente con unas tabas, que era el juego de la época. ¿Y qué hacían unas tabas al pie de la cruz? Es muy simple: Los soldados sabían que los reos tardaban en morir. Así que iban prevenidos: Llevaban sus juegos para entretenerse mientras duraba su guardia y la agonía de los ajusticiados. Es decir, a la misma hora en que Cristo moría, en el momento en que se giraba la página más decisiva de la historia, había, al pie mismo de ese hecho tremendo, unos hombres jugando a las tabas. Y lo último que Cristo vio antes de morir fue la estupidez humana: que un grupo de los que estaban siendo redimidos con su sangre se aburría allí, a medio metro. 
De todo los que los evangelistas cuentan de aquella hora me parece este detalle lo más dramático y también -desgraciadamente- lo más humano de cuanto allí aconteció.

“Los hombres estamos ciegos. Ciegos de egoísmo voluntario. Y uno no puede pensar sino con tristeza en el día del juicio de aquellos soldados, cuando se les preguntara lo que hicieron aquel viernes tremendo y tuviesen que confesar que no se enteraron de nada... porque estaban jugando a las tabas. Pero ellos no eran más mediocres que nosotros: todos vivimos jugando a las canicas, encerrados en nuestro pequeño corazoncito, creyendo que no hay más problemas en el mundo que ese terrible dolor en nuestro dedo meñique...

Con cuánta claridad nos ubica este autor ante la realidad de “ese pequeño mundo” en el que solemos encerrarnos y que no nos permite darnos cuenta, entre otras cosas, de que ahora somos verdaderamente libres... hemos sido redimidos del pecado. Con crisis económica o sin ella, ya podemos aspirar a ser eternamente felices. Cristo, al resucitar, nos ha abierto las puertas del Cielo. Ahora, todos nos podemos salvar. Aunque conviene dejar claro que: no todos nos vamos a salvar; sino que sólo lo conseguirán quienes aprovechen su vida para entablar y fortalecer su amistad con Dios.

Sin embargo, para ello lo primero que se necesita es hacer un alto en el camino que nos permita descubrir donde estamos dentro de los planes de Dios; y guardar un poco de silencio... de ese silencio al que tántos tienen miedo... dado que la conciencia es el único ser que necesita mucho ruido para dormir profundamente.

Vana, inútil, sería nuestra fe si Cristo no hubiera resucitado” -nos aclara San Pablo-, y nuestro querido Mario Moreno “Cantinflas” nos confirma sobre esta gran lección en su película “El padrecito”, cuando el cacique del pueblo al que acababa de llegar aquel sacerdote, trata de burlarse de él -mientras se sirve una copa de brandy- diciéndole: “supongo que Usted no querrá beber, ¿o sí?” y al escuchar que sí aceptaba, continuó: “es que yo pensé que, como a los cristianos les mataron a su Dios, han de estar muy tristes”, ante lo cual responde el sacerdote diciendo: “Pues fíjese que ya resucitó... y estamos muy contentos”.

Al terminar estos días de Semana Santa, recordando que el Hijo de Dios ha muerto y ha vencido a la muerte por amor a nosotros, podemos formular algún propósito que nos permita fomentar la amistad con Él, mientras luchamos por ser un poco mejores. De lo contrario, ¿Cuál sería la diferencia entre aquellos pobres hombres jugando a las tabas al pie de la cruz y nosotros?
Autor:
Padre Alejandro Cortés González-Báez

Estaré con ustedes siempre

Dios óptimo, máximo, sabedor de que el mal no se debe vencer con el mal, sino con el Bien, resucitó a Jesús, quien a su vez venció a la muerte con su propia vida. No debía prevalecer su asesinato, no podía quedar muerto quien desde su agonía en la cruz había pedido perdón por los que le mataron porque no sabían lo que hacían.

Conviene suponer que no sabían lo que hacían y se les otorga el beneficio de la duda, pero es imposible suponer que pasaron desapercibidos a la mirada escrutadora de los sumos sacerdotes, escribas y fariseos, su nacimiento del seno de una virgen, en Belén; su descendencia de David, por su filiación adoptiva con José; su coloquio con los escribas en el templo a los doce años; sus milagros que hacían a los ciegos ver, a los sordos oír y a los paralíticos caminar; las revivificaciones de Lázaro, de la hija de Jairo y del hijo de la viuda; así como su impresionante conocimiento y manejo de las sagradas escrituras.

Pero Jesús resucitó para algo más que para vencer al mal y a la muerte. Resucitó para quedarse entre sus amigos, como él mismo aseveró cuando a sus discípulos les dijo que “estaré con ustedes siempre, todos los días de su vida” y, en efecto, así ha sido.

Jesús se apareció a los suyos, resucitado, varias veces:
  • a María Magdalena, que lloraba junto al sepulcro, y que al verlo pensó que era un jardinero; 
  • a las mujeres que habían ido a su sepultura para ungir su cuerpo, les salió al encuentro y ellas se le acercaron, se abrazaron a sus pies y se postraron ante él cuando les dijo que avisaran a los demás que fueran a Galilea y que allí le verían; 
  • a los discípulos que se les apareció con otro aspecto cuando iban caminando por el campo;
  •  a los once que estaban a la mesa cuando les reclamó su incredulidad; 
  • a los que iban hacia un pequeño pueblo llamado Emaús, que no le reconocieron al principio sino hasta que, sentados a la mesa bendijo el pan, lo partió y se los dio, y se dijeron uno al otro -¿no sentíamos arder nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino?-; 
  • cuando se presentó en medio de todos y les mostró las manos y los pies y les pidió de comer; cuando reunidos en casa de Tomás le dijo que mirara sus manos y tocara sus heridas, que metiera la mano en su costado, que no fuera incrédulo y luego le dijo –porque me has visto, has creído, dichosos los que crean sin haber visto-; 
  • cuando estaban pescando y les pidió que arrojaran las redes a la derecha de la barca y luego comieron todos juntos; cuando preguntó a Pedro tres veces si lo quería, para cambiar sus tres negaciones por una confirmación de amor y de fe, y luego le dijo que lo siguiera.
De aquellas ocasiones en las que se apareció resucitado, unos pudieron reconocerlo de inmediato y otros después, hasta que su atención creció cuando les abrió los ojos y reconocieron algunos de sus gestos. Ya en la escritura antigua, de él se había profetizado que “no tenía aspecto ni presencia que pudiésemos estimar, le vimos y no le tuvimos en cuenta”. Es posible que algo similar pueda estar sucediendo hoy mismo, a dos mil años de distancia.

Si es verdad que Jesús dijo que estaría con nosotros siempre, todos los días de nuestra vida, si es cierto que esto sucede, entonces es posible que se esté perdiendo la capacidad de reconocerlo. Si aquellos que convivieron con él, que lo miraron a los ojos, que le escucharon hablar y que conocían su voz, que le siguieron y acompañaron, no pudieron reconocerle, dos mil años después no es más sencillo. Pero si María Magdalena lo vio como un jardinero y si a los dos que iban de camino hacia el campo se les apareció con otro aspecto, entonces es evidente que Jesús adquiere diversas formas de hacerse presente.

Todo momento es oportuno para estar pendientes de verlo pasar y reconocerlo, pero de manera particular el tiempo de Pascua, porque es cuando en forma más intensa se celebra su resurrección, su vuelta a la vida para hacer lo que tantas veces demostró: servir y no ser servido.
En Pascua es posible reconocer fácilmente a Jesús resucitado en todos aquellos que sirven. Haga la prueba y mire a los ojos a las personas que lo sirven de tan diversas maneras, luego recuerde la promesa que hizo cuando aseveró: -estaré con ustedes siempre-.

Autor:
Roberto O’Farrill Corona


Pascua, el día que transforma las penas en alegrías

El enigma mayor de la condición humana es la muerte. ¿Como es que el hombre, con deseos de ser feliz, muere? Es el misterio del dolor, de la cruz, que no tiene explicación.

 Un proceso de transformación, como una purificación del amor, que nos prepara para la felicidad que es estar con Dios. Realidad misteriosa que no es el final, pues cuando se acaba nuestra estancia aquí en la tierra comienza otra, la vida continúa en el cielo. La muerte no es el final de trayecto, la vida no se acaba, se transforma…

Jesús también muere, y ha resucitado. Y nos dice: “yo soy el camino…”. La muerte es una realidad misteriosa, tremenda, y del más allá no sabemos mucho, sólo lo que Jesús nos dice: “yo soy la resurrección y la vida…”

Dios, que es amor, nos hace entender que el amor no se acaba con la muerte, que después de esta etapa hay otra para siempre. Que Dios no quiere lo malo, pero lo permite en su respeto a la libertad, sabiendo reconducirlo con Jesús hacia algo mejor… la muerte para la fe cristiana es una participación en la muerte de Jesús, desde el bautismo estamos unidos a Él, en la Misa vivimos toda la potencia salvadora de la muerte hacia la resurrección.

Las fuerzas atávicas del mal, que volcaban en un inocente sus traumas y represiones (el chivo expiatorio) que por el demonio se vierte toda la agresividad en contra del Mesías, quedan truncadas. Pues en la muerte de Jesús esas fuerzas quedan vencidas, el círculo del odio queda sustituido por el círculo del amor; una nueva ola que alcanza –con su Resurrección- todos los lugares del cosmos en todos sus tiempos. "En su muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra si mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical" (Benedicto XVI).

Se establece la redención, la vuelta al paraíso original, a la auténtica comunión con todos y todo. Y cuando estamos en contacto con Jesús, en la comunión, también estamos con los que están con Él, de todos los lugares de todos los tiempos, con los que queremos y ya se han ido de nuestro mundo y tiempo.

Este es el misterio pascual de Jesús, el paso de la muerte a la Vida, la luz que se enciende con la nueva aurora. El cuerpo que se entierra es semilla –grano de trigo que muere y da mucho fruto- para una vida más plena, de resurrección.

El amor humano nos hace entender ese amor eterno, pues el amor nace para ser eterno, aunque cambiemos de casa quedamos unidos a los que amamos. Jesús nos enseña plenamente el diccionario del amor, nos habla del amor de un Dios que es padre y que nos quiere con locura, y dándose en la Cruz, hace nuevas todas las cosas, en una renovación cósmica del amor: las cosas humanas, sujetas al dolor y la muerte, tienen una potencia salvífica, se convierten en divinas.

En este retablo de las tres cruces, vemos a la Trinidad volcar su amor en el calvario. Y junto a Jesús, su madre. Allí ella también entrega a su hijo por amor a nosotros. Allí también está el buen ladrón que dice: “Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino”, y Jesús le da la fórmula de canonización: “en verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso”; es un misterio ese juicio divino en el amor. Juntos se fueron al cielo.

Estos días queremos vivir el misterio, abrir los ojos como las mujeres al buscar a Jesús en la mañana de pascua, y les dice el ángel, aquel primer domingo: “¿por qué buscáis entre los muertos aquel que está vivo? No está aquí, ha resucitado”. Queremos ver más allá de lo que se ve, beber de ese amor verdadero que es eterno, para iluminar nuestros días con ese día de fiesta, de esperanza cierta.
Llucià Pou Sabaté

Autor:
Padre Llucià Pou Sabaté